Para conducir una democracia, donde forma y contenido cobren cuerpo, se precisa de asumir el principio de legalidad, donde se respeten las leyes y esta partidocracia, estos actores políticos y los actuales gobernantes, sean los primeros en cumplir.
es la obligación de conservar siempre la mente serena y la sangre
fría frente a todos los ideales, incluso ante los más majestuosos que dominan
determinada época, y de nadar contra corriente si fuera necesario”.
(Max Weber)
Estamos en presencia de una democracia que solo baila al son del stablishment, no conjugada en la mera presencia del pasado. Al contrario, el presente se revuelca en un juego circular de lo peor de lo pretérito. Es una construcción de la democracia donde no se guardan las formas, mucho menos el contenido, de los valores que han de contenerla.
La forma (seriedad, responsabilidad, respeto, rectitud, verdad) no se asumen en una buena parte de los actores que ocupan posiciones públicas y la sustancia (el debido cumplimiento a las normas, al marco institucional) actúan como meros desgarbados en una jungla, en una selva, que no pueden trascenderla. No existe, pues, la decencia y en el contenido son taxativamente execrable. ¡Solo tenemos que ver al Senador de la provincia de Valverde, Mao y el discurso del Presidente de la Junta el jueves 2 del cursante mes.
Como bien nos apunta Francis Fukuyama en su libro Los Orígenes del Orden Político, “… La democracia liberal es más que la votación de la mayoría en unas elecciones, se trata de una compleja serie de instituciones que restringen y regulan el ejercicio del poder mediante la ley y un sistema de mecanismos de control y equilibrio de poderes”. Los signos vitales de una gran parte de las instituciones que sostienen esta democracia están agotados, agonizantes; ora por sus disfunciones u ora por los cambios en la sociedad que exigen nuevos desafíos. Necesitamos una democracia con más contrapesos, con mayores controles, que el Congreso asuma como órgano de poder, más la Vetocracia.
Cambiar, hoy, en el panorama económico, social e institucional, independientemente del arco iris ideológico, no es una simple decisión, es una obligación. Hoy, hemos desarrollado una cultura donde la gente ha internalizado que cumpliendo las reglas no puede desarrollarse, no puede crear, ni en el plano personal ni profesional. El liderazgo político de los últimos 20 años no ha sido un liderazgo referencial ético, donde dimanan las mejores prácticas. El modelaje en cascada ha sido atroz: La política y el narcotráfico son los dos baluartes de mayor movilidad económica y social en la sociedad dominicana.
Es esa deconstrucción derridiana que debemos hacer de esta realidad política y social, que nos impide alcanzar un mejor desarrollo, que abate, nos ancla y fosiliza institucionalmente, sobre todo, en un partido gobernante donde todos los miembros de su Comité Político tienen que ser ministros, más allá de sus competencias y know how. Allí donde los aspirantes al Comité Central realizan una campaña costosa porque saben que de llegar, le garantiza un puesto en el Estado y un ascenso social.
La sociedad, sin darse cuenta ha caído en una “servidumbre voluntaria”, en una especie de rendición, como si todo aquello fuera normal. Es como nos diría Zygmunt Bauman “… Es la vía del quietismo, de la oscuridad deseada, de la emigración interior. La gente va por el mundo obedeciendo a su rutina cotidiana y resignada por adelantado a la imposibilidad de cambiarla, y sobre todo, convencida de la irrelevancia y de la ineficacia de sus propios actos o persuadida de que no debe actuar”.
¿Cómo entender que la democracia electoral en un país con elecciones institucionalizadas desde el 1966, donde hemos tenido 14 presidenciales, congresuales y municipales con cierta estabilidad política, sigamos siendo la democracia electoral más costosa? Cada VOTO de acuerdo al padrón general (6,765,245) nos costó para el 2016, RD$916 pesos, esto es, U$20.06 dólares; y, de acuerdo al número de los que votaron (4,707,746) RD$1,320.7 pesos, equivalente en dólares a 28.82, constituyendo, en ambos casos, los votos más caros del mundo. La media ronda en los 8 dólares. Esto indica una alta ineficiencia y en el caso de las votaciones del 15 de mayo, una alta ineficacia.
La seducción por la parafernalia del poder hace de esta experiencia social cuasi algo “irrelevante”. Perdemos el contenido esencial que nos subyuga, nos atrapa y nos condena, como una sociedad de apariencia donde lo indispensable se ahoga. Así, las mejores oportunidades se bifurcan y nos impide tener un país con menos exclusión social y marginalidad, como una nación con más cohesión social que evite y neutralice esta desgarradora y desmesurada desigualdad social.
En nuestra sociedad hay una fetichización por el poder, una veneración que a menudo no guarda relación con la gestión, más allá de la fetidez que las acciones y decisiones asuma el incumbente. Es, de nuevo, el Síndrome de Trujillo después de 55 años de su desaparición física. Trujillo encarnó por lo dilatado de su espacio en el poder, toda una ideología, una cultura, que incorporó al conjunto de la sociedad, incluido sus trastornos de personalidad que lo llevó al corpus social como virtudes.
Balaguer, en su neotrujillismo, construyó su fisonomía propia en medio de todo el aparato trujillista que no quiso trascender en sus puntos neurálgicos. “Los paladines” de la democracia, PRD – PLD (1978- 1982 – 2000 – 1996 – 2004 – 2008 – 2012 – 2016), a lo largo de 28 años en el poder, no realizaron cambios estructurales en el diseño institucional ni en la reconfiguración de una nueva cultura política, acorde a los valores de la democracia.
Ellos, han sido una mera pantomima en el poder, simple mueca de un aro circular que no logra historia, solo parodia, en medio de un paroxismo de opulencia. A lo largo de estos 20 años no se han preocupado por fortalecer las instituciones políticas, hilvanadas y armonizadas en función de las normas y reglas establecidas.
Las instituciones creadas, a partir del 2010 han adolecido de legitimidad por su composición y por las decisiones, que en gran medida han sido sesgadas en función de intereses partidarios. La forma y el contenido en una yuxtaposición sin límites muestran una desdibujación sin par. Entonces, nos encontramos con instituciones frágiles, débiles, obsoletas, y muchas sin razón de ser.
Para conducir una democracia, donde forma y contenido cobren cuerpo, se precisa de asumir el principio de legalidad, donde se respeten las leyes y esta partidocracia, estos actores políticos y los actuales gobernantes, sean los primeros en cumplir. ¡Que nadie esté por encima del principio de legalidad y con ella, la responsabilidad que coadyuva a la legitimidad y con ello, a la necesaria gobernanza efectiva! ¡Es, después de todo, la manera de rupturar esta democracia trocada y truncada que deviene cada día más en una hórrida decadencia política.
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